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Metaversos: transmedia onírico

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Firma invitada: Albano Cruz, @naikodemus

Validación emocional: @magdaredondo

Visual. Los gestos, las distancias, las grafías, los símbolos materiales. Auditiva. Los ruidos, el eco, la interacción entre objetos, la palabra. Olfativa. Perfumes, tierra mojada, el sudor, un horno de leña. Táctil. Un abrazo, un melocotón, el quicio de un puerta, el terciopelo. Gusto. Agua del mar, manzana, leche de vaca, miel. Sentidos, percepciones, comunicación. Mensajes en un canal, y el canal en el medio. De manera «natural» combinamos eso sentidos para intercambiarnos información entre nosotros. De una manera «artificial» tratamos de reproducir el proceso, pero por ahora nos quedamos en lo audio-visual, o lo olfativo-visual. Imágenes en movimiento con banda sonora, o libros en lo que rascar para que desprendan sustancias aromáticas. Quizás una buena comida una los cinco sentidos, pero desde luego sería una comunicación P2P, y desde luego, de un solo uso. Impráctico salvo que pertenezcas a los infames Borgia. E incluso no muy eficiente para ellos si se trata de una comunicación masiva.

Así que tenemos mensajes ceñidos a soportes con limitaciones. El mensaje queda acotado. Y a ese límite lo hemos bautizado como canal. Los libros, los cines, la radio. La web 1.0 como un libro algo más complejo al principio, y después con las bondades de CD-ROM multimedia colgado de un servidor cualquiera. Tras ello, la web 2.0: interacción directa emisor-receptor-emisor. En un bucle en el que a veces es difícil discernir quién informa y quién escucha. Quizás haya que remodelar la pregunta. Ya no es ¿quién es quien? Ahora es ¿cuándo es quien?. Transitamos entre estados. De productor de información para la red en un blog, a callado asistente en una conferencia, o ruidoso partícipe desde los tweets. O quizás todo a la vez desde una cuenta de algún repositorio de videos online.

La consolidación de la facilidad de manejo, verdadero artífice de la transición al etiquetado 2.0, ha despejado el velo de lo misterioso. Resulta que lo que antes sólo podían hacer unos lejanos e inaccesibles especialistas, ahora lo puede hacer cualquiera. Al alcance de todos están las herramientas. Podemos ser productores transmedia.

Tenemos la cultura. Tenemos la capacidad generadora. Tenemos las herramientas. Y tenemos los canales.

Ah, los canales. Ese tubo en el que introducimos el mensaje para que llegue a los demás. ¿Qué canales usar? Es una decisión a veces sencilla y rápida, y otras meditada y medida. Porque con la capacidad transmediática llega la posibilidad de imitar a la propia realidad. Como con los metaversos: esos entornos virtuales cuyas particulares características los convierten en metacanales, espacios virtuales en los que se pueden encontrar presentes esos canales que contemplamos como separados en la realidad cotidiana de carbono.

Nuestro día a día se enmarca en un metaverso, uno que hasta ahora no hemos contemplado como tal. ¿Por qué? Porque hasta ahora no podíamos tocar otros universos paralelos. Las únicas realidades emuladas que eran accesibles lo eran mediante la imaginación, la visualización interna de relatos, la admisión pasiva de historias externas en las que no podíamos intervenir. Si en nuestro metaverso tangible intervenimos activamente, en los virtuales ya podemos. Superan el umbral que nos permite ser agentes de las narraciones que transcurren en ellos. Reúnen en su marco comunicaciones simultáneas. Desbordan la definición de medio y se acomodan adecuadamente en la de entorno. Al metaverso podemos llevarnos nuestros procedimientos, estrategias e interpretaciones. Y esa simultaneidad comunicacional del entorno, hasta ahora el único, real.

Así que más como una extensión que como una particularidad, es natural ampliar nuestra narrativa al metaverso, y sumergir al receptor en el universo de nuestra historia. Inmersión, inmersión. Si la comunicación transmedia rodea al destinatario, y ve fragmentos y perspectivas distintas emanando de la televisión, los cómics, la radio, la publicidad, la Red… en un metaverso podemos replicar esa misma estructura a voluntad con dos características más. Podemos desconectar a nuestro interlocutor de la realidad de carbono y conectarlo a nuestro entorno, y podemos darle el poder de realinear los eventos narrativos, de cambiar su importancia y peso, y de ser parte activa en el motor de los hechos. Para que eso suceda en el mundo real, hemos de romper la barrera del canal, y trasladar lo comunicado al entorno que alberga los medios y canales. En un metaverso, no. No necesariamente. Podemos emplearlo como un canal más, explotándolo parcialmente, o restringir la historia a ese entorno, o podemos combinar el metaverso de carbono y el electrónico para crear una realidad mixta y entremezclada que amplíe los límites de nuestra percepción como hasta ahora sólo sucedía de manera individualizada. En los sueños.

Enlaces complementarios:
Introducción a sl
Metaverso

Créditos: la imagen pertenece a la galería de Dean Terry distribuida con licencia CC

Pero alguien tiene que hacerlo: cuándo no usar transmedia

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Acepté la invitación a colaborar en Noticias Transmedia para aportar el único valor que poseo, honestamente: la perspectiva de una escritora analógica que empieza a integrar técnicas transmedia. Y en ese proceso, a veces, me surgen dudas sobre si utilizar transmedia puede ser lo más adecuado, cuando no directamente una equivocación.

Actualmente desarrollo formatos de programas (eso que llaman Development Hell). Las biblias en las que trabajo integran una o más secciones en red social, pero siempre basándonos en el clásico programa semanal. Creamos para un receptor que puede tener un papel más activo que hace cinco años, que incluso puede contribuir, pero ni el canal, ni el productor, ni los proveedores de contenidos, han considerado la posibilidad de que cada edición de los programas, cada capítulo, tenga una prolongación continuada en el tiempo gracias al relato transmedia.

No se trata de que desprecien la posibilidad, ni mucho menos. Pero para desarrollarla necesitan, sí o sí, alguien para hacerlo. O sea, hay que pagar a alguien para hacerlo. Y tienen razón, al menos en este área del negocio.

Para que los jubilados de un reportaje anterior continúen relatando su experiencia, por ejemplo, necesitamos saber si quieren hacerlo. Necesitaremos también convencerles, si llega el caso. E incluso los medios para que lo hagan: ir con una minicámara, o recibir su grabación para editarla y subirla al canal. Es parte de la producción. Es parte de la historia.

Un programa protagonizado por, digamos la tercera edad rural, no es Lost. No se puede dejar la historia en manos de una fanbase que ni existe todavía, o que no conocemos (¡o que no tiene Internet!). E incluso en producciones como la citada, antes de que lleguen los fans hay una estrategia. Hay que buscar a los fans. Hay que animarles a moverse. Que lo hagan en la misma dirección que tú o no es otra cosa.

Pero lo que desde luego no funciona es generar un área transmedia y esperar que eso vaya solo.

Como Facebook. Al ser muy conocida, es la herramienta que más he sugerido para extender los reportajes e interactuar con el espectador. Pero ya hay algún ejemplo de cómo no usar Facebook en un producto audiovisual.

¿Alguien atiende aquí?A ver, ¿quién atiende aquí?

Si no hay nadie para responder a las preguntas, mantener a raya a los hoygan, y ya no hablemos de prolongar la narración o generar narrativa multiplataforma, quizá convenga más no hacer Social Media y mantenerse en el modelo analógico. Quizá no debamos sentarnos a esperar una remezcla. Creo que nada perjudica más a un proyecto que mostrar sus tripas en la red, con la estructura a medio construir, vacía o llena de información basura. Y me ha tocado trabajar en más de uno que ha acabado así. Por ahí están, invitando.

Interrogantes de un futuro transmedia

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Transmedia Storytelling comienza a ser un término cada vez más familiar. La convergencia de medios posibilita el flujo de contenido a través de múltiples canales y esto nos lleva a la cada vez más creciente presencia de productos que denominamos transmedia. También nos lleva a encontrarnos con una maraña de conceptos en torno a lo que es la narración transmedia. Decía hace unos días en Twitter que comenzaba a sentir con la expresión Transmedia algo parecido a lo que ha pasado con el término 2.0 que se ha transformado en una especie de cajón de sastre para todo uso. No obstante buscando proyectos transmedia creo que “cajón de sastre” es más bien la tendencia a explicar el concepto transmedia exclusivamente dentro de los esquemas de la gran industria del entretenimiento que poco o nada parecen encajar con los perfiles de proyectos independientes y de recursos más bien limitados. Y si bien en los primeros hablamos de equipos multidisciplinares con diferentes responsabilidades, hablamos de nuevas figuras como “Transmedia Producer”, en los segundos hablamos de equipos reducidos, cuando no individualidades multifuncionales o proyectos que se sostienen por las aportaciones de la comunidad.

La narración transmediática tiene visos de ser más que revolución, una evolución natural de la comunicación estos tiempos de confluencia. Pensar que todo contenido terminará siendo transmediático responde a la simple observación del comportamiento de los medios y las formas de comunicar, pero también a la evolución de una sociedad cada vez más conectada. No obstante la práctica transmedia no parece sencilla de explicar y menos cuando el panorama se llena con propuestas para explicar su teoría y la estas a su vez, presentan muchos modelos aparentemente contradictorios. Tranquilidad, llegaremos al estado en que no se necesiten teorías porque el contenido transmedia terminará siendo la realidad cotidiana y no resultará entonces tan misteriosa, ni nos asombrará que alguien lance una parrafada sobre “tacos transmedia” o que se asocie a esta práctica las oportunidades para lograr un verdadero cambio social.

Por los momentos parece importante entender que existen diferentes tipos de transmedia (Behnan Kabbasi y Christy Dena aportan bastante sobre el tema), que no es lo mismo hablar de transmedia desde el concepto franquicia, transmedia marketing o transmedia nativa por hablar de tres de los modelos que hay sobre la mesa. Que no es lo mismo trabajar creando el mundo en torno a un producto terminado y propietario que ensamblar desde cero un proyecto nativo y por supuesto, que unos serán más atractivos a la financiación que otros.

Particularmente siento especial fascinación por los modelos nativos como Cathy’s Book, creo que son un ejercicio fantástico de creatividad y de narrativa en 3d (expresión que me parece bastante más adecuada que 360º), trabajos de participación masiva como World without Oil, pero también es interesante esperar el resultado de producciones como el Cosmonáuta que en tanto proyecto independiente, se maneja más dentro del concepto de Franquicia con un producto en torno al cual gira el desarrollo transmedia dejando paso, sin embargo, a la libre distribución y la cesión del material de la película a la comunidad. Interesante porque de ese producto central, saldrán nuevas propuestas, que no subproductos, que a su vez pueden generar su propio modelo transmediático.

¿Qué nos traerá el futuro transmedia?. El panorama se torna más y más interesante cuando sumamos cosas como la propiedad intelectual. ¿Estamos de verdad ante el inicio del fin del modelo propietario como se apunta desde algunos ámbitos académicos o de opinión?. Yo no creo. La franquicia transmedia responde al mismo sistema propietario del producto individual en torno al cual se estructura el mundo transmedia. En todo caso suena más razonable la incorporación real de nuevas formas de gestionar la propiedad intelectual con un sistema más híbrido y también más libre.

Sea lo que sea que depare el futuro, la única afirmación segura parece ser que el mismo será inevitablemente transmediático. Por lo pronto aunque asociemos más el modelo atado a marcas o la gran industria del entretenimiento, sospecho que generar proyectos transmedia será casi la única llave de financiación y distribución de los contenidos independientes. Y en un ejercicio interesante de democracia distributiva, compartir un espacio de fronteras cada vez más difusas con aquellos contenidos generados por la gran industria. Veremos…

Recomendado: Ya se ha mencionado aquí la tesis de doctorado de Christy Dena. Sinceramente creo que su aportación no sólo es brillante, sino que marcará otro punto de inflexión en el modo de entender el producto transmedia, sobretodo porque aporta mucho de valor en tanto aclara que transmedia no se limita al mundo del gran espectáculo, como a personas o grupos con recursos limitados y enfatiza la importancia de entender la practica transmediática en toda su amplitud asi como los puntos de confluencia o divergencia entre los modelos.

Créditos: la imagen pertence a la galería de Crystaljingsr que se distribuye con licencia CC

Hashtag

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#Yoconfieso es una canción de Juan Zelada cuya letra es, precisamente, uno de los hashtags más populares de Twitter en español.

En este caso, Zelada ha utilizado un hashtag existente (y espontáneo) y ha compuesto una obra nueva con él. El realizador Roger Casas, inspirador de la idea, ha montado este vídeoclip, del cual me he enterado a través de su twitter y del Tumblr de otro de mis seguidos, el dibujante @naruedyoh. Por supuesto, tiene licencia Creative Commons, además de acreditar a todos los confesados.

Han sido varias las intentonas de emplar Twitter para narrativas transmedia desde el mundo corporativo. En este caso, a la creatividad se une la espontaneidad: la estrategia de comunicación surge naturalmente.

[Actualizado el 30/06/2010: la canción de Juan Zelada puede descargarse en su web]

Tecnología y conocimiento: el arte de contar historias en el s. XXI

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El mundo está en continua evolución. Y también la sociedad, por mucho que nos empeñemos en crear instituciones y preservarlas. El mundo cambia, y nosotros con él.

Si hay algo que no ha cambiado es la necesidad del ser humano de comprender el mundo en el que vive, no importa que ese deseo surja de la voluntad de dominio del entorno, de la curiosidad hacia lo desconocido o de cualquier otro impulso vital.

El hombre se cuenta el mundo para poder vivir en él. Y conoce el mundo a través de cómo se lo cuenta. Esta relación de mutua influencia crea una espiral de relatos en la que podemos incluir desde las leyendas tradicionales hasta las más avanzadas teorías científicas.

Para llevar a cabo ese proceso de comunicación (consigo mismo, con el otro), se ayuda de cualquier elemento que esté a su alcance y le facilite la labor. Dicho de otro modo: para construir sus narraciones el ser humano se vale de la tecnología que tiene a su alcance.

De nuevo surge una relación de influencia mutua: la tecnología de la que disponemos, a su vez, condiciona el modo en el que comprendemos el mundo.

Puede que algunas de esas tecnologías sean tan comunes que, simplemente, ignoremos su existencia. La más influyente y soterrada es, probablemente, el lenguaje oral.

Antes de la aparición de la escritura ya nos contábamos historias. El lenguaje hablado, las estructuras que maneja, el proceso que utiliza, todo ello sirvió para crear cierta tipología de historias, para configurar una visión del mundo.

La llegada de la escritura supuso una auténtica revolución, una nueva forma de contar. Ya no era necesaria la presencia física del narrador frente a un auditorio. El poseedor de un libro adquiría la capacidad de entrar en la historia donde y cuando quisiera.

Tras el nacimiento del texto escrito el cambio aún fue mayor con la aparición de un nuevo artefacto tecnológico: la imprenta, con su capacidad de generar muchas copias del mismo relato susceptibles de ser distribuidas a mayor distancia y abarcar una audiencia más numerosa.

Y es que las nuevas tecnologías siempre aportan nuevas historias, nuevas visiones del mundo. Con cada incorporación, los tipos de relatos se ven abocados a coexistir, dándose con el tiempo las inevitables influencias mutuas.

Y es que las nuevas tecnologías no acaban con las que las preceden, simplemente se solapan a ellas, a pesar del pavor que toda novedad genera en lo que, a partir de ese momento, pasa a considerarse antiguo.

El ejemplo más reciente ocurrió en el siglo pasado: el miedo del mundo radiofónico ante la llegada del cine, el de éste frente a la televisión… ¡Y el de la televisión ante la aparición de Internet!

Probablemente, lo más característico del siglo XX sea el establecimiento del lenguaje audiovisual como elemento invisible en los procesos de comunicación.

Con una década cumplida en el siglo XXI, los elementos digitales resultan prácticamente omnipresentes, y constituyen parte fundamental del paisaje en el que vivimos.

Nuestro mundo es (o así lo vemos) una representación tecnológica del pensamiento postmoderno en la que impera el salto, el fragmento y la fractura, el remix de contenidos, de formas y de soportes.

Así definido, el relato transmedia es al mismo tiempo causa y efecto de nuestro mundo. Nos sirve para contarnos lo que ocurre y para configurar nuestra propia experiencia.

Esta mezcla, llevada al extremo, aúna lo digital y lo real, pues vivimos ambas como parte de un todo.

Vivimos en una sociedad altamente tecnificada, en la que los cambios se suceden de modo vertiginoso. Puede que ahora, debido precisamente a eso, necesitamos más que nunca historias que nos ayuden a comprender nuestra realidad.

El relato transmedia, accesible, plural y polimorfo puede ser el recurso más útil del que disponemos.

Créditos: fotografía de la galería de danceinthesky, con licencia CC

Transmedia no es «comunicación 360º»

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Via Marc Cortés / Interactividad.org – Tomaros 3 minutos para leer el post de Marc del pasado jueves:

Hace un tiempo escuché a Fernando de la Rosa distinguir entre las acciones 360º y las acciones transmedia. En el primer caso quieres tener en cuenta todos los medios, pero en el fondo lo que haces es replicar un concepto creativo, pensado habitualmente para los mass media, en todos los soportes, incluidos los on-line. En el segundo caso, con las acciones transmedia, a partir de un concepto desarrollas ideas específicas para cada medio o soporte, tratando de aprovechar las fortalezas de cada uno de ellos. No es semántica la diferencia sino que es de concepto.

Aquí el post completo.

Se presenta Panzer Chocolate un nuevo proyecto de cine colaborativo cross-media

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En la estela de El Cosmonauta, Robert Figueras y Gemma Dunjó inician Panzer Chocolate («Una hisotria entre Indiana Jones y La Matanza de Texas») que se presenta como cross-media, colaborativo y financiado con donaciones del público. Se invita al remix del teaser y se crea una lista de tareas para que los seguidores contribuyan al proyecto. Se solicitan unos modestos trescientos mil euros y cuentan con el apoyo de la Fundación Digitalent. Los teasers se ceden con licencias libres.

Teaser Panzer Chocolate from Filmutea on Vimeo.

(vía @magdaredondo)

Narrativas tunantes

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¡Tunante!Era 2006. No teníamos Paramount Comedy, así que la veíamos en Localia. Y un día nos hartamos de Localia. Así que decidimos bajar ver el programa con nuestro cable mágico. Lo de los cachitos de show en Youtube estaba bien, pero teníamos calor y andábamos vagos.

Queríamos vernos los cincuentaytantos programas de tirón: los guardamos todos en una carpeta, incluso el último, el que tenía nombre distinto.

Eran como mucho de 4º de ESO y hacían una parodia de La Hora Chanante. Dirán que eso, simplemente, NO es transmedia: eso lo hemos hecho todos de pequeños, primero en directo y después con la handicam (ya, ¿y?). Es que una parodia no es Transmedia: bueno, discrepo. Puede que la parodia no consituya porque sí un relato transmedia, pero vamos a aceptar barco.

Pero ah. Es que los Tunantes iban más allá: parodiaban la estructura de una Hora Chanante y copiaban sketches, y para que les salieran todas las secciones del programa, hicieron sus propios dibujos animados. No se quedaban sólo en la imitación. Y, además, su factura era casera, sí, pero habían cuidado al máximo los detalles.

D'Oh, el dibujo tunante

¿Y esto último por qué? Porque al contrario que los que se grababan con una handicam y lo ponían en el vídeo de un amigo, los Tunantes querían que el resto de fans les vieran. Subieron algunos clips a Youtube, pero sobre todo, fueron a donde íbamos todos a ver el programa.

Metieron su vídeo en el P2P.

Si podemos definir a los Tunantes como narradores transmedia, es precisamente porque no se conformaron con crear: querían difundir. Y buscaron un canal masivo para hacerlo, cuatro años antes de la llegada de las webseries. Y además se la jugaron, porque a los fans de La Hora Chanante, esa serie que se bajaban de la mula, la Hora Tunante no les gustaba. ¡Argumentaban abuso de Propiedad Intelectual!

Ese argumento se quedó obsoleto con las ediciones que llevan en estos cuatro años, donde prácticamente todo el contenido es ya creación propia.

Otra característica transmedia, ir más allá de la imitación: aquí lo ha contado Doris mucho mejor en su punto 2.

Y los autores originales devolvieron la pelota: en FICOD 2008, Píxel y Díxel ofrecieron un taller sobre Muchachada Nui. En él nos enseñaron una promo de la segunda temporada cuyos actores eran, precisamente, los miembros de La Hora Tunante (y que hoy resulta imposible encontrar).

Hace un par de años, cuando hablábamos de transmedia, la posición de poder la tenía el emisor original que decidía cómo se participaba, y siempre en una misma dirección. Pero si esto no es un cambio de paradigma, que baje D’Oh y lo vea.

«Con Internet no vas a ningún sitio»

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A finales del año pasado intenté convencer al productor con el que había trabajado hasta entonces de hacer una ficción para Internet. Me contestó «pero es que con Internet no puedes ir a ningún sitio».

Entiendanle: no vas a ningún sitio de cine. No se admiten producciones web en festivales (salvo este año, en uno de fantástico en Catalunya, donde pusieron Svarmorder). Y tampoco se pueden pedir ayudas al Gobierno, aunque levantar un proyecto para la Red requiere menos esfuerzo que cualquier rodaje. Puede que no se gane dinero con ello, pero el error está en creer que puedes ganarlo con un corto. Alguno lo gana, y alguna vez sacas algo para seguir adelante, pero no puedes hacer cortos para ganar dinero.

Ahora, tras la despedida definitiva de Nikodemo y del fin de Balzac, parece que mi amigo y sin embargo socio pudiera tener razón. El nuevo modelo de negocio tiene tanto de nuevo (el medio) como de viejo (el negocio). Pero al menos estos proyectos fueron gestados para la Red. El fracaso económico, en un año como este, no le quita mérito alguno a sus propuestas. También mi amigo sigue peleando con las facturas.

Internet bulle vídeo online. Leí hace poco que en los 80 todo el mundo tenía un grupo maquetero, en los 90 todo el mundo hacía un corto, en los 2000 todos nos hicimos un blog y en los 10 tenemos una serie en Internet. He escrito para dos de ellas. Una es un producto viral desarrollado por una agencia, promocionando a una de sus actrices: ¿un vídeobook ilustrado, podríamos llamarlo? ¿un vídeobook temático? Mi productor, además, busca posicionar la serie de forma independiente, más allá de las bandejas de correo de los directores de casting. Ambos objetivos se retroalimentan.

Pero la otra. Ay la otra.

«Queremos hacer unos cuantos capítulos y moverla por las teles«, me dijo el director/guionista, que escribió con su amigo el primer episodio hace tres años, de unos diez minutos (¿he oído corto?). El corto de festivales, que se hacía con el ánimo de ser descubierto y dar el salto al largo, es ahora la webserie que quiere dar el salto a la tele. El nuevo Qué vida más triste. Sé de al menos una gran productora que está comprando webseries a su segundo episodio para estudiar su producción en TV. No es que sea algo bueno o malo en sí mismo, pero el lenguaje televisivo no es el lenguaje de la webcast. No puede serlo: episodios de 15 minutos, secuenciación en bloque… ¡títulos de crédito! Y una glorificación del amateurismo que ya ocurría con el cortometraje: no se trata de que los productos sean divertidos o ingeniosos, sino de que estén hechos, o lo parezcan, «con cuatro duros».

Hoy me entero de que los reyes de los cuatro duros, y sus toneladas de ingenio, han emprendido el camino inverso.

Él sí es Enjuto Mojamuto

Si alguien ha demostrado hasta qué punto se gustan Internet y la televisión, han sido Los Chanantes. Pero son de los pocos que han tratado a los dos medios per se, no tratando la Red como una vía de acceso a la Tele. Y además, creando comunidad, pero eso lo contaré otro día si ustedes me dejan.

Así que en efecto, mi amigo tiene razón: con Internet no vas a ningún sitio de cine, no vas a ningún sito de la tele. En Internet llegas a todas partes de Internet. Lo cual no es garantía de nada, pero si al menos esto no lo tienes claro, entonces no es que no vayas a llegar a ningún sitio: es que ni vas a encontrar la salida.

El Cosmonauta presenta su plan de negocio

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En el espacio enclavado en el centro de Madrid The Hub, Riotcinema, los responsables de la creación de El Cosmonauta presentaron su plan de negocio, que se puede consultar a continuación. De interés las previsiones para fundir marcascon el contenido y todo el trabajo realizado con los fans y la remezcla de los teasers creados hasta ahora.