A finales del año pasado intenté convencer al productor con el que había trabajado hasta entonces de hacer una ficción para Internet. Me contestó «pero es que con Internet no puedes ir a ningún sitio».
Entiendanle: no vas a ningún sitio de cine. No se admiten producciones web en festivales (salvo este año, en uno de fantástico en Catalunya, donde pusieron Svarmorder). Y tampoco se pueden pedir ayudas al Gobierno, aunque levantar un proyecto para la Red requiere menos esfuerzo que cualquier rodaje. Puede que no se gane dinero con ello, pero el error está en creer que puedes ganarlo con un corto. Alguno lo gana, y alguna vez sacas algo para seguir adelante, pero no puedes hacer cortos para ganar dinero.
Ahora, tras la despedida definitiva de Nikodemo y del fin de Balzac, parece que mi amigo y sin embargo socio pudiera tener razón. El nuevo modelo de negocio tiene tanto de nuevo (el medio) como de viejo (el negocio). Pero al menos estos proyectos fueron gestados para la Red. El fracaso económico, en un año como este, no le quita mérito alguno a sus propuestas. También mi amigo sigue peleando con las facturas.
Internet bulle vídeo online. Leí hace poco que en los 80 todo el mundo tenía un grupo maquetero, en los 90 todo el mundo hacía un corto, en los 2000 todos nos hicimos un blog y en los 10 tenemos una serie en Internet. He escrito para dos de ellas. Una es un producto viral desarrollado por una agencia, promocionando a una de sus actrices: ¿un vídeobook ilustrado, podríamos llamarlo? ¿un vídeobook temático? Mi productor, además, busca posicionar la serie de forma independiente, más allá de las bandejas de correo de los directores de casting. Ambos objetivos se retroalimentan.
Pero la otra. Ay la otra.
«Queremos hacer unos cuantos capítulos y moverla por las teles«, me dijo el director/guionista, que escribió con su amigo el primer episodio hace tres años, de unos diez minutos (¿he oído corto?). El corto de festivales, que se hacía con el ánimo de ser descubierto y dar el salto al largo, es ahora la webserie que quiere dar el salto a la tele. El nuevo Qué vida más triste. Sé de al menos una gran productora que está comprando webseries a su segundo episodio para estudiar su producción en TV. No es que sea algo bueno o malo en sí mismo, pero el lenguaje televisivo no es el lenguaje de la webcast. No puede serlo: episodios de 15 minutos, secuenciación en bloque… ¡títulos de crédito! Y una glorificación del amateurismo que ya ocurría con el cortometraje: no se trata de que los productos sean divertidos o ingeniosos, sino de que estén hechos, o lo parezcan, «con cuatro duros».
Hoy me entero de que los reyes de los cuatro duros, y sus toneladas de ingenio, han emprendido el camino inverso.
Si alguien ha demostrado hasta qué punto se gustan Internet y la televisión, han sido Los Chanantes. Pero son de los pocos que han tratado a los dos medios per se, no tratando la Red como una vía de acceso a la Tele. Y además, creando comunidad, pero eso lo contaré otro día si ustedes me dejan.
Así que en efecto, mi amigo tiene razón: con Internet no vas a ningún sitio de cine, no vas a ningún sito de la tele. En Internet llegas a todas partes de Internet. Lo cual no es garantía de nada, pero si al menos esto no lo tienes claro, entonces no es que no vayas a llegar a ningún sitio: es que ni vas a encontrar la salida.